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¿Cómo es posible que una sola mirada aguamarina consiga hacerme justificar todo lo que implicaría perderme en ella?
La vida parece divertirse poniéndome en situaciones límite, ésas de las que no sé ni cómo salir. Pero esta vez sí que se trata de un gran dilema, pues mi camino de repente se ha bifurcado en dos y cada uno de los lados es totalmente opuesto al otro, o sea que me lo juego todo a cara o cruz.
La cara supondría la elección de mi profesión, que tantos años de esfuerzo me ha costado lograr. Y mi cruz sería escoger ese amor que nunca he conocido, el que me tiene suspirando a todas horas del día y de la noche, incluso sacándome de quicio y queriendo estrangularle… él es pura pasión, en todos los sentidos… ¿Has vivido algo así alguna vez? ¡Yo te lo recetaría sin lugar a dudas!
El problema básicamente radica en que es mi paciente, y por lo tanto, aparte de estar como una cabra, me está terminantemente prohibido mantener ninguna relación con él, que no sea estrictamente profesional.
Cuando definitivamente logro declinar la balanza, ocurre algo que jamás imaginé posible, invirtiendo mi destino y situándome de nuevo en el punto de partida. Hago un pequeño inciso para añadir que esto, además, consigue volverme más loca, si cabe.
Independientemente de lo que haga, estoy convencida de que algo saldrá mal, mucho me temo que si tomo la decisión equivocada será mi perdición. Aún así, se supone que debo ser fuerte y actuar de una vez por todas.
Tu vocación o el amor...
¿Qué camino escogeríais?